El impresionismo español tuvo en Sorolla a su figura más influyente. Pero el artista fue también el más importante (y exitoso) de la Belle Epoque española. Después de Goya no habría otro pintor tan talentoso hasta bien entrado el siglo XX.
Pintor desde niño, Joaquín Sorolla empezó a enviar obras a concursos, pasando (como suele suceder) inadvertido. Sus paisajes no eran del gusto de las instituciones. Pero a los 20 años consigue al fin su preciada medalla por una obra histórica tal y como le dijo a un colega suyo: «Aquí, para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos.»
Poco a poco fue abriéndose paso entre becas y premios y consigue viajar a Roma, donde queda deslumbrado por el arte clásico y renacentista. Después a París, donde conoce la pintura impresionista y ve la luz (nunca mejor dicho).
Adapta este nuevo lenguaje de los jóvenes parisinos a su pintura, pero sin descuidar las temáticas que le gustaban a él: costumbrista, paisajes y marinas. Pronto, todo Madrid quiere una de sus pinturas y sin apenas darse cuenta, es toda Europa e incluso Nueva York quien cae rendido a su talento.